Muriendo en la Anomia
Día de los Difuntos de 2005, a medio día. El lugar, a 50 y a 100 metros de los Hospitales Primero de Mayo y Rosales, respectivamente y a unos 25 metros al nororiente (linea vista) del Períodico Colatino. Eran las 12:25 del medio día. Murió un pobre. Ví cuando y cómo moría. Me indignó su muerte, así como me había indignado su comportamiento segundos antes.
Me encontraba en un bus que hacía alto en el semáforo que se encuentra al oriente del parque Cuscatlán. En el edificio abandonado, que fue parte del Banco Salvadoreño, se encontraba un hombre subido en el edificio, desmantelando una sombra metálica compuesta de regletas verticales, de unos 4 metros o más cada una. Nosotros ya sabemos qué pasa cuando se abandona un edificio o una casa: llegan los vagos, los marginados de nuestra sociedad, los nadie, y arrasan con la casa, desde puertas, baños, ventanas y todo lo que puedan arrancar.
El hombre estaba en su labor. Abajo, en la acera, se encontraba su compañera de vida, otra indigente, que observaba a su hombre haciendo la labor de desmantelamiento. Yo comenzaba a comentar el hecho al amigo con quien me conducía en el bus, cuando la lámina que arrancaba el hombre chocó contra los cables de alta tensión y que pasan al lado del edificio. Saltó un rayo, se oyó la explosión e inmediatamente el hombre comenzó a caer, rígidamente, hacia abajo. Rebotó en la cornisa del edificio hasta caer, de cabeza a la acera, quince metros abajo. Inmediatamente se oyó un alarido. Era la compañera de vida que gritaba desesperada por ayuda. Nadie le respondió. Los pocos transeúntes que pasaban en la calle, día de los muertos, recordemos, no respondieron a sus gritos.
El hombre quedó con su cabeza en la acera y con los pies en la calle. Un charco de sangre bañaban sus cabellos. El bus en el que me conducía pasó frente al cadaver y a la mujer que lloraba desesperada. Estaban solo ellos, la muerte era la única que los acompañaba.
Pero, y qué? El muerto pasó a ser un número más de los muertos que diariamente forman parte de las estadísticas de nuestro país. Aún más, ni siquiera pueden considerarse parte de la sociedad, pues no son noticia. Es indignante... Salvadoreños que no son salvadoreños. Hermanos que han sido marginados por la sociedad, por nosotros mismos. Y discutimos, por cierto, por considerarnos nacionalistas...
¡Qué el Altísimo se apiade de su alma!
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