Thursday, May 04, 2006


ALMAS GEMELAS

De: Lazos de Amor, de Brian Weiss

Hay alguien especial para cada uno de noso­tros.
A menudo, nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres.
Pertenecen a distintas genera­ciones y viajan a través de los mares, Del tiempo y de las inmensidades celestiales para encontrar­se de nuevo con nosotros.

Proceden del otro la­do, del cielo.
Su aspecto es diferente, pero nues­tro corazón los reconoce, porque los ha amado e nlos desiertos de Egipto iluminados por la luna Y en las antiguas llanuras de Mongolia.

Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de guerre­ros y convivido en las cuevas cubiertas de are­na de la Antigüedad.

Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad y nunca nos abando­narán.
Es posible que nuestra mente diga: «Yo no te conozco.»
Pero el corazón sí le conoce.
Él o ella nos cogen de la mano por primera vez y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser.

Nos miran a los ojos y vemos a un alma gemela a través de los siglos. El corazón nos da un vuelco. Se nos pone la piel de gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia.


Puede que no nos reconozcan a pesar de que Finalmente nos hayamos encontrado otra vez, Aunque nosotros sí sepamos quiénes son. Senti­mos el vínculo que nos une. También intuimos las posibilidades, el futuro.

En cambio, él o ella no lo ven. Sus temores, su intelecto y sus proble­mas forman un velo que cubre los ojos de su co­razón, y no nos permite que se lo retiremos. Su­frimos y nos lamentamos mientras el individuo en cuestión sigue su camino. Tal es la fragilidad del destino.

La pasión que surge del mutuo reconoci­miento supera la intensidad de cualquier erup­ción volcánica, y se libera una tremenda energía. Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato.

Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya co­nocemos profundamente a esta persona, A un ni­vel que rebasa los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reserva­da para los miembros más íntimos de la familia.

O incluso más profundamente.


De una forma intuitiva, sabemos qué decir y cuál será su reac­ción. Sentimos una seguridad y una confianza enormes, que no se adquieren en días, semanas o meses.
Pero el reconocimiento se da casi siempre de un modo lento y sutil. La conciencia se ilumina a medida que el velo se va descorriendo. No todo el mundo está preparado para percatarse al ins­tante.

Hay que esperar el momento adecuado, y la persona que se da cuenta primero tiene que ser paciente. Gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a un alma gemela. Sus manos nos rozan o sus la­bios nos besan, y nuestra alma recobra vida súbi­tamente. El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo, hermano, pariente o amigo íntimo. O puede tratarse de nuestro ser amado que, a través de los siglos; llega a nosotros y nos besa de nue­vo para recordarnos que permaneceremos siem­pre juntos, hasta la eternidad.

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