Cuento.
La Cama.
La niña Rosita era una señora muy dada a la economía. Casi llegando a la tacañería; pero quien conociera a su marido, Don Manuel, entenderia la razón. Don Manuel era un mujeriego empedernido y, como es ley para este tipo de personas, el dinero solo sirve para conseguir y deleitarse con mujeres.
Una mañana de Noviembre, ya en el inicio del verano tropical, sin lluvias, la niña Rosita decidió darle un mano de pintura a la verja de su casa. Tenía unos ahorros que había hecho en los meses pasados para mejorar su casa. Además, ella estaba segura de que ella podía pintar la verja y, con ello, se ahorraría pagarle a un pintor de brocha gorda. Además, le serviría de ejercicio y descanso para la tensión que Don Manuel le daba con sus andadas.
Había ido a comprar la pintura el día anterior, así como la brocha y los implementos que podría utiizar. Eran las 8:00 a.m. de la mañana y, esperaba, en un par de horas habría terminado, cuando el sol todavía no estuviera fuerte. Se puso una gorra, los pantalones más viejos que tenía y se aprestó a pintar de verde oscuro la verja de hierro de su casa.
Pero solo tenía cinco minutos de estar pintando cuando en la acera se estacionó un camión pequeño. Tenía pintado un rótulo:
"Casa Calderón.
Muebles de casa y oficina"
El acompañante del motorista le gritó a la niña Rosita desde la cabina: "Buenas", exclamó- "aquí es la casa de Don Manuel Vásquez"
"Si", respondió la niña Rosita. "Aquí es, ¿por qué?"
"Le traemos la cama que compró" respondió el muchacho, al mismo tiempo que el motorista se bajaba con un manojo de papeles en su mano.
"Nosotros no hemos comprado ninguna cama"- dijo extrañada la niña Rosita.
"Como no", respondió el motorista, al mismo tiempo que le enseñaba una factura. La factura estaba membretada con el logotipo de la Casa Calderón, una casa y un escritorio.
La niña Rosita tomó la factura y la estuvo leyendo por un minuto o más. Sonrió y le entregó la factura. "¡Ah! No me acordaba. Manuel me dijo que hoy iban a venir". -dijo. "Pongan la cama afuera de la cochera, luego me encargo yo de meterla, por favor".
El motorista y su ayudante no perdieron tiempo y bajaron en menos de cinco minutos la cama, su colchón, el respaldo y una mesa de noche. La dejaron ordenadamente en la cochera, que era un pasillo de unos cuatro metros hacia adentro de la casa, midiendo desde la acera. La niña Rosita firmó de recibido y se quedó con la copia de la factura.
Regresó a seguir pintando, pero cualquiera que la hubiera visto se habría dado cuenta de que estaba pintando con mucho entusiasmo, puesto que en lugar de las dos horas que había calculado, solamente se tardó una hora. Además, le sobró un cuarto del bote de pintura de aceite que había comprado.
Luego, se dirigió a la cama, con el bote en una mano y la brocha en la otra. Comenzó con el colchón. Le pintó una enorme X en un lado y, luego, volteó el colchón y volvió a repetir la letra en el otro lado. Luego, continuó pintando el respaldo de la cama. El verde oscuro se mezcló con el barniz que tenía. No lo pintó parejo, sino que, adrede, dejó partes sin pintar. Luego, terminó con la mesa de noche. La pintó toda y la pintura que le sobraba la dejó caer adentro de las gavetas. Terminó con una sonrisa enorme y se metió a su casa.
A mediodía, Don Manuel regresó a almorzar a su casa. Metió su carro a la cochera, pero lo dejó a la mitad. Le pareció extraño que había unos muebles verdes en la cochera. No tenían que estar allí. Se bajó del carro y se acercó a revisar los objetos. Vio el colchón, el marco de la cama, el respaldo y la mesa de noche, todo pintado de verde. En la pintura de la mesa de noche se encontraba la factura. Don Manuel leyó "Casa Calderón". Se puso pálido.
"¡Uf! ya la ...Pendejo yo"- se dijo a sí mismo -"esta es la cama que le compré a la Juanita y, pendejo yo, no dí la dirección de su casa, sino la mía".
Don Manuel entró a la casa, con el pavor reflejado en su rostro. Cerró la puerta de la casa y todo el vecindario escuchó los gritos de la niña Rosita.
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