Meditando Profanamente (2)
En una de estas noches, en las que me abandonó Morfeo, me puse los audífonos de mi Sonivoxo (made China) para oír las estaciones en FM de las radios locales. Me detuve al oír la prédica de un pastor evangélico. No sé qué emisora era, pero el pastor decía: “Miren hermanos, este trajecito que llevo puesto vale $200.00 y mis zapatos casi los $100.00 ¡Pero no los he comprado yo! ¡Me los ha dado Dios! ¡Así nos trata Dios cuando andamos en sus caminos!” No me bastó más, cambié de estación y terminé oyendo la arrulladora voz de Vicente Fernández y sus “Mujeres Divinas”, con la que ya he llorado una vez. Pero lo que oí del pastor esa noche ya lo había oído de otro pastor, aunque no con las mismas palabras, pero sí con esa misma petulancia.
Casualmente, al despertar la mañana siguiente, apareció mi Biblia frente a mí, después de haber removido una pequeña montañita de libros, folletos y papeles que tengo en una bodeguita. La abrí al azar y luego busqué (porque no encontré nada que me dijera algo) en Mateo, en el capítulo 4. Tres frases de Jesús me llamaron la atención: (1) “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; (2) “No tentarás al Señor tu Dios”; y, (3) “Apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto”.
Estas frases me hicieron reflexionar un poco. Jesús no discute con Satanás sobre la riqueza, el bienestar material o el poder. Simplemente exige que no lo tiente: No confunde el gato por la liebre. Por ser hijo de Dios podría tener todo lo que Satanás le pide que exija. Pero esto es tentar a Dios. Imagino que Jesús nunca se jactó de tener sandalias griegas, que “Dios, su padre, se las había enviado”. Tampoco podría haberle exigido a todo el mundo que se abandonara, que dejaran sus casas, sus riquezas y que lo siguieran. Solamente se lo dijo a unos cuantos, a los que querían andar en los caminos que él quería que anduvieran.
Sé que mis argumentos no son completos, ni muy estrictos en el sentido religioso. Por ello me alejo del templo, y critico profanamente estos aspectos. No me atrevería a discutir estos temas con Satanás. Él conoce mejor que el mismo Papa o el mismo Gran Rabino de Jerusalén los textos bíblicos. Y, para él, ganar una discusión teológica es como argumentar con un niño. En este sentido, Francisco de Asís, que nunca discutió sobre la riqueza o el bienestar material que Dios “le envía a los que andan en su camino”, fue un pendejo, deducción que tendría que sacar si le creo al pastor que oí esa noche.
¡Vade Retro, Satán!
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